Fue el gerente más joven de Cinesa y triunfó como entrenador en el Líbano: «Ahora mis jugadores están durmiendo en la calle»
A Daniel Giménez (Barcelona, 1984) todo le iba bien, según los estándares de vida impuestos. Con 21 años se convirtió en el gerente más joven en Europa de un cine de la cadena Cinesa, potencia en su sector. Es verdad que el puesto de trabajo estaba lejos de su hogar -cómo cambiaría después su percepción de las distancias-, pero tenía un piso en Castro Urdiales desde el que iba a Bilbao. Lo que empezó como una respuesta a la incertidumbre en el país con la mayor tasa de paro juvenil de la Unión Europea se convirtió en una senda encaminada.
Sin embargo, no era lo que quería «un mal estudiante», como se define en conversación con este periódico, pero un «chico extremadamente responsable», de ahí el cargo alcanzado. Su vida era el fútbol. La salida no pasaba por España. Iba a convertirse en uno de tantos migrantes del balón. Lo que nunca imaginó es que su destino sería el Líbano, al que ahora se refiere como «casa», una «casa» en la que formó familia deportiva y personal, por las que sufre ahora en Egipto, donde forma parte del cuerpo técnico del Modern Sports. Tuvo que marcharse porque no le quedó más remedio.
Título con el Al-Ahed, ¿un club vinculado con Hizbulá?
Se fue al estado que ahora se enfrenta a la ofensiva de Israel. Lo hizo sin saber árabe, francés o inglés, los tres idiomas que dominan los que se convirtieron en sus vecinos. Se integró tan rápidamente que apenas tres años después de iniciar su aventura en el Líbano estaba levantando la AFC Cup, el equivalente de la Europa League en Asia, y el primer gran título internacional de un club del país de Oriente Próximo. Lo hizo con el Al-Ahed, uno de los clubes más importantes en su tierra de acogida, está vinculado a la comunidad chií y, en consecuencia, a Hizbulá, grupo paramilitar que opera en la zona sur del Líbano en la que el ejército hebreo ha incursionado.
El Al-Ahed, con sede en Beirut, se denomina el ‘Castillo amarillo’, un color que comparte con el ente armado, incluido en la liga de organizaciones terroristas de EEUU, Canadá, Reino Unido o la Unión Europea (su rama militar). «Nunca he sabido realmente cuál es el vínculo. Sí que cierta gente apoya al grupo, porque comparten sus ideas. Hizbulá es una organización que tiene mucha fuerza en el país y seguidores. Pero una vez que estás allí surgen los dilemas. Tú mismo te haces muchas preguntas. Ellos no matan a los suyos, como sí ha sucedido en España. Tratan de proteger al país de terceros. Lo que puedo decir es que hay mucha gente que está a favor y otra tanta en contra. Algunos piensan que el Líbano estaría mucho mejor sin ellos y otros recuerdan que frenaron la invasión de 2006. Ambos tienen parte de razón», razona Giménez.
El antecedente de hace 16 años es clave para entender el conflicto. Las fuerzas armadas hebreas fracasaron en aquella operación contra las milicias libanesas al aplicar la doctrina de la geometría inversa, que exigía un tacticismo al que han renunciado en el actual contexto, donde la capital, antes un objetivo secundario, se ha vuelto principal en su conjunto. El testimonio del entrenador español es con los pies en la tierra y con la mirada de alguien que se casó en el Líbano con una cristiana y tuvo una hija en una república diversa. Porque si el Al-Ahed está relacionado con los chiíes, el Salam Zgharta, el club que le dio la primera oportunidad al entrenador español, se vincula con los cristianos y el Nejmeh SC del que también formó parte es la entidad de los sunitas. Por tanto, Giménez tiene una visión desde todos los puntos. Si tiene que quedarse con una experiencia, sin duda opta por el Al-Ahed, el que mejor le trató a él y a su familia.
De la oportunidad imprevista a la tensión y salida del Líbano
El barcelonés es una persona archiconocida en el Líbano, porque es uno de los pocos extranjeros que ha hecho carrera allí. «Hasta que llegó un momento en el que, digamos, el nombre de Hizbulá estaba demasiado vinculado al club. Lo vi como un problema para mi carrera que, a mí, ni me iba ni me venía. Así que antes de que fuera tarde me fui al Nejmeh, que sería como el Real Madrid o el FC Barcelona. Y después al Al-Hilal en Sudán (dominador absoluto de su campeonato), un equipo potente en África que jugaba la Champions. Volví al Líbano, para hacerme cargo de la sub-18 y después le llamó un club de Primera, el Akhaa Al-Ahly SC. Iban últimos, competimos hasta la última jornada, pero descendimos. Con todo me renovaron e íbamos a empezar un proyecto nuevo en segunda», narra el español en una vida de película que podría proyectarse en los Cinesa que gestionaba.
Entonces, la tensión en el Líbano se hizo insostenible. «Los conflictos en el sur aumentaron y cada semana se rumoreaba que iban a cancelar o posponer la liga. No sabía qué hacer, por mi familia y el riesgo en el que estaba mi puesto de trabajo. Me llegó una oferta de Egipto como segundo entrenador del equipo en el que estoy ahora, el Modern Sports», relata Giménez. Otra experiencia en el mundo árabe en la que sigue, aunque su cabeza y corazón están en Líbano.
La conversación de una hora que mantiene con este medio tiene lugar durante un ‘stage’ del club en el que se ha asentado. A pesar de que los primeros entrenadores han ido cambiando, él ha continuado. «Conozco esta religión, su cultura, sus hábitos. Eso me da ventaja. Son muchos años ya», admite alguien que ha tenido que escuchar críticas como que había sido utilizado por el Al-Ahed vinculado a Hizbulá para «lavar su imagen». Pero, ¿ante quién y para qué, si equipo tiene claro cuál es su posicionamiento? De hecho, Giménez da prueba de la confianza que depositaron en él desde un principio con una anécdota ilustrativa de cómo se produjo su fichaje.
«Le hablaron de mí al primer entrenador. Encajamos perfectamente. Me dijo: ‘Mañana empiezas y viajas con nosotros’. ¿Viajar a dónde? ¡Me dice que tenemos partido de la Arab Club Champions Cup en Arabia Saudí! (el único torneo que ha ganado por el momento Cristiano Ronaldo con el Al-Nassr). Todo el ‘staff’ eran libaneses, solo había un sirio de segundo técnico. Madre mía, yo ni siquiera me había traído las botas y de repente estaba en estadios increíbles. Habia pasado de entrenar en academias, clubes de tercera división o grupitos en Barcelona a estar en la sede de la final de la Supercopa«, rememora el español, quien nunca habría vivido nada parecido si aquella tarde de agosto no hubiera dicho «sí» a la aventura más grande de su vida.
Final en Corea del Norte y recepción del presidente libanés
Porque antes de marchar al Líbano, Giménez fue aceptado para entrenar en la Academia del FC Barcelona y había hecho el esfuerzo de sacarse todos los carnés de entrenador. Un compañero del nivel dos fue quien le puso el trampolín para irse a un país que a duras penas situaba en el mapa. Su primo le hizo de traductor con el presidente del Salam Zgharta. Nadie vino a recogerle al aeropuerto. Su primer destino ni siquiera fue Beirut, sino una ciudad al norte a la que llegó tras horas de coche. Todo mereció la pena. Tanto los momentos malos, como ocurrió en los despidos, como en la gloria que tocó con el Al Ahed en una AFC Cup 2019 que, como no podía ser de otro modo, fue, efectivamente, de película.
«La final la jugamos contra el 4.25 Sports Club de Corea del Norte. El torneo se divide en dos fases, una del este, la nuestra; y la del oeste. Ese año le tocaba organizar la final a la segunda, pero claro, en Pionyang no se permitía la retransmisión de los partidos, algo que no admitía la AFC (la UEFA de Asia). Al final disputamos la final en Malasia y ganamos por 1-0», recuerda el español, pero aún más inolvidable fue la celebración posterior: «No podía ni caminar: mi mujer, su hermana, mi suegra… Me estaban esperando y, claro, todos sabían que yo era su familiar. Ella (su esposa) es guitarrista y conocida en televisión. Nos metieron en un autobús descapotable. ¡Tardamos tres horas en llegar! Te mando la foto (que pueden ver abajo), porque es increíble. Después, fuimos al Palacio del Gobierno».
Y allí estaba el joven que vivía a lado de la Sagrada Familia en Barcelona, al lado del primer ministro del Líbano en menos de un lustro. Más allá de las experiencias en clubes, Giménez decidió abrir su propia academia de formación para reclutar el talento de la calle, que es donde surge el fútbol del Líbano. «Aquí no hay negocio. Nadie paga. El fútbol de formación corre a cargo del club. Hay mucha calidad, aunque el desarrollo está limitado», explica. Hoy, estos niños han vuelto por la obligación de la guerra al lugar donde sueñan con ser futbolistas: las tristes calles de un Beirut triste y amenazado que ha vuelto a los escombros. Como el 4 de agosto de 2020, cuando una explosión de 2.750 toneladas de nitrato de amonio en el puerto mató a 217 personas e hirió a 7.000. «El único momento que he pasado miedo», cuenta el español, totalmente sobrepasado por los acontecimientos recientes.
Familias enteras condenadas y atrapadas en la calle
«Después de que Israel matase al líder de este grupo (Hassan Nasrallah, secretario general de Hizbulá), pensamos que todo se calmaría. Igualmente, esperaba una reacción más grande por parte del Líbano. La gente tiene miedo de que invadan el país. No saben qué hacer. Niñas, familias enteras en la calle corriendo… Hay gente de buen nivel adquisitivo que sí puede salir del Líbano, pero otros no tienen visado ni medios. Han bombardeado la casa de un amigo. Un pobre hombre que se dejó su vida por este hogar. ¿Qué tienen que ver ellos con esto? O los niños que estaban en el fútbol, mis jugadores, que ahora están en la calle. Esto no va de cristianos, sunitas, chitas o drusos, va de personas…», reflexiona.
Daniel Giménez siempre se pone en las sesiones de vídeo que hace el Modern Sports al fondo de la sala. En una esquina. Durante la última no dejó de recibir vídeos del Líbano en primera persona. «Se me pusieron los pelos de punta. No paraba de pensar en el Líbano. Yo no tengo vínculo con nada. Es todo puro amor lo que he recibido, además de respeto por parte de un pueblo que ha pasado por tantas cosas y que ha sabido rehacerse siempre. Tengo la piel de gallina… ¡Es una pena! No ganan ni pierden unos y otros. Es exactamente igual. Tengo amigos sunitas, chiítas y ninguno se merece lo que está viviendo», confiesa con un hilo de voz que se humedece y acaba trasladando esas lágrimas que asoman por su rostro a quien le escucha. Es inevitable, por mucha distancia que medie, tanto personal como profesional, no sentir el horror de la guerra. Crudo, punzante e imposible de tratar con sentido común. Una película que nadie querría contar y que cada vez tiene un mayor número de actores de reparto utilizados y asesinados por los protagonistas.